De Arquepe sé muy poco.
Que su nobleza era distinta de esa que se obtiene por linaje, gratuito y arbitrario, pues ninguna alcurnia adornó su origen.
Dicen que decían, eso sí, que fue sierva distinguida en su juventud. Que durante una larga temporada llegó a vivir en palacio, bajo el auspicio de la mismísima Penélope. Homero no habla de ella. Y lo que a mí me han contado lo mismo ni es cierto. Pero tanto da, porque Arquepe no hizo, lo que en términos de epopeya, se adjetiva de relevante. No insidió contra ningún pretendiente, ni fue nodriza, amante o sibila instigadora de ningún influyente egregio. No espió en la corte ni fue hija, esposa o madre de ningún preclaro héroe. (Aunque los más dignos héroes sean desconocidos; eso es otro matiz).
Arquepe ya ni tan siquiera era joven como para tener que soportar las impertinencias de la caterva de parásitos que se comían el palacio de dentro a afuera. Con callar tenía bastante, y aún eso era trabajoso.
Al principio, Arquepe mantuvo, como su señora, la esperanza. Pero luego se rindió a la evidencia. En silencio oraba a los dioses preguntándose cuánto hacía ya que los despojos de Ulises habían ardido en alguna pira fúnebre levantada en Ilión.
Telémaco la quería porque la inocencia percibe la ternura. Y también el perro que perdió la vitalidad por el camino que llevaba al altozano desde donde se veía aquel trozo de playa, por donde se perdía el rastro.
Cuando Argos regresaba con los hocicos sucios, tras haber olisqueado los caminos, haciéndose a la soledad, terminaba suspirando levemente, exhalando pequeñas porciones de melancolía polvorienta, buscando -y encontrando- consuelo en la mano encallecida de la mujer que le acariciaba lentamente la cabeza. Mientras le pronunciaba las dulces palabras que el entendimiento de un perro no traduce, pero siente. La entonación amorosa y suave, diestra en calmar la angustia de un corazón de perro.
Dicen que Arquepe se preocupó siempre del sustento del que antaño fuera orgulloso lebrel. Que muchas veces le curó las brechas de las pedradas bellacas y, algunas otras, los párpados cubiertos de legañas. Que machacaba su comida cuando el entregado viejo apenas tenía dientes. Y que le miraba al fondo de los ojos castaños, en silencio y con intensidad.
Y dicen que dijeron -aunque Homero nada cuenta- que fue la única mujer que vio al gran Odiseo, llorar sin vergüenza a su fiel Argos, allá bajo la madre higuera, que fue su umbrosa sepultura.
Y dicen que dijeron que a Arquepe entonces le brotaron, como racimos feraces, hijas y más hijas por doquier, con tan buena e inextinguible entraña como ella misma.
Y que esa raza incansable y abnegada se perpetúa, con idéntico dispendio de fuerza, valor y heroicidad callada. Aunque nadie, ni como el gran Homero, dejase escritos su nombres.
(Dedicado a todas las Arquepes que conozco y que no dejan de admirarme).
2 comentarios:
Preciosa historia y precioso homenaje.
Me emociona muchísimo el que exista gente que valora, aprecia y ama a sus perros. A los propios y tambien a los ajenos. ¿Te has dado cuenta de que hay gente que sólo les gusta su perro?
Esta es una entrada muy emotiva y felíz. Las de los casos que hay por debajo y encima de esta, son emotivas y tristes. Las que no deberían existir, o al menos, ocurrir menos habitualmente cada dia, poco a poco. (No sé si te estoy liando. No creo escribir con mucha coherencia. Sigo malito y me siento como si me hubiera bebido un litro de orujo)
Yo tengo muy poca fé en el género humano. Pienso que las nuevas generaciones son más sensibles y que todo cambiará y entonces empiezo a leer sobre casos de perrillos y gatillos puteados, apedreados y apaleados por niños... Obviamente, heredan actitudes paternas y nula empatía hacia el dolor animal.
¡Todo esto para decir que me gusta leer este tipo de entradas! Muchas gracias.
Un beso.
Es un precioso homenaje en vida. Neska, una de las galguitas en acogida, celebrará el fin de año en su nuevo hogar. Yo no me canso de repetir lo generoso y difícil que es eso de tener en tu casa cuatro, seis meses -o más- a un animal y que suene el teléfono para darte la buena noticia de la adopción inminente. Vera nos contaba cómo su corazón se alegra mientras sus ojos se llenan de lágrimas. No pasan ni cuarenta y ocho horas para que un nuevo huésped temeroso y con cicatrices llegue allí, donde recobra la confianza, el consuelo y las ganas de vivir y ser feliz. A mí me parece muy tierno que las galgas ya adoptadas se alegren tanto cuando ven a un pastor alemán... que les recuerda a la buena de Luna.
Por desgracia casi todas las entradas son muy tristes, excepto que Mamy, después de tantos días haya aparecido sana y salva.
No sabía que estuvieses malito. ¡Eso va a ser el síndrome de la pre-Navidad!
Cúrate rápido, que aún no han llegado los días más terribles, je, je.
Un beso.
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