Hay vidas que se consumen esperando, aun sin conocer la esperanza…
Tal como el noble Argos, que cada día olfateaba el aire, en la búsqueda obsesiva del olor de Ulises. Y la vuelta, triste a la sucia cuadra donde fue relegado. A la burla, a las pedradas, a la soga que lo amarra a un poste. A la miserable existencia que otros decretan. A ir muriendo poco a poco, cada día un poco más. ¿A qué huele el amo ausente, qué aroma es ese que busca en las moléculas capaces de insuflar la felicidad? ¿qué recuerdo de unión suscita en el recoveco que no sabe ni del ayer ni del mañana?
Cuenta Homero que Argos era el más noble y bello lebrel de cuantos poblaban la isla de Ítaca y que fueron pocas las jornadas en que Ulises disfrutó de él. Luego la nostalgia, la lejanía… y un olor a desprecio y a humillación. Cuántas veces se venga el cobarde en el perro del hombre que odia… cuántas apalea su miseria en el lomo indefenso. Cuántas atormenta, ínfimo y vil la grandeza que él jamás podrá alcanzar…
Cuenta Homero que Argos fue la única criatura, cuando ya estaba viejo y vencido, que reconoció a Ulises bajo el disfraz de sus harapos. Cuando sus pupilas ya sólo distinguían sombras y sus huesos cansados apenas lograban sostenerlo en pie. Mantenido por el afán del reencuentro, como los héroes perros que siglos después, en Japón, en Moscú o en cualquier rincón del mundo, han provocado la admiración y la piedad de quienes asistían al denuedo de irse muriendo en el mismo lugar donde sus dioses hombres fueron vistos por última vez. Cuenta Homero cómo Ulises, prudente en mantener el engaño, ni tan siquiera acarició la cabeza del querido animal.
Y cuenta Homero que, muy viejo y casi inválido, al reencuentro, por fin, del amado recuerdo, tan sólo tuvo fuerzas para mover la cansada cola y morir de gratitud.
Pero… ¿Qué tiene el hombre, para merecer tal lealtad? ¿qué impronta sella en el alma de un perro ?
Cuenta Homero que Argos era el más noble y bello lebrel de cuantos poblaban la isla de Ítaca y que fueron pocas las jornadas en que Ulises disfrutó de él. Luego la nostalgia, la lejanía… y un olor a desprecio y a humillación. Cuántas veces se venga el cobarde en el perro del hombre que odia… cuántas apalea su miseria en el lomo indefenso. Cuántas atormenta, ínfimo y vil la grandeza que él jamás podrá alcanzar…
Cuenta Homero que Argos fue la única criatura, cuando ya estaba viejo y vencido, que reconoció a Ulises bajo el disfraz de sus harapos. Cuando sus pupilas ya sólo distinguían sombras y sus huesos cansados apenas lograban sostenerlo en pie. Mantenido por el afán del reencuentro, como los héroes perros que siglos después, en Japón, en Moscú o en cualquier rincón del mundo, han provocado la admiración y la piedad de quienes asistían al denuedo de irse muriendo en el mismo lugar donde sus dioses hombres fueron vistos por última vez. Cuenta Homero cómo Ulises, prudente en mantener el engaño, ni tan siquiera acarició la cabeza del querido animal.
Y cuenta Homero que, muy viejo y casi inválido, al reencuentro, por fin, del amado recuerdo, tan sólo tuvo fuerzas para mover la cansada cola y morir de gratitud.
Pero… ¿Qué tiene el hombre, para merecer tal lealtad? ¿qué impronta sella en el alma de un perro ?
El texto es precioso, las citas, entrañables y el blog, maravilloso. Enhorabuena.
ResponderEliminarLos ojos con los que tú lees... que son muy generosos.
ResponderEliminar¡¡¡ Gracias por todo !!!
Ulula ya te lo ah dicho todo, y pienso igual, felicidades por el blog y gracias por ser como eres, no cambies nunca.
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