Queridísima Leala:
Hoy ha hecho un mes que llegaste a TU casa. Hoy te abrieron las puertas del chenil para no regresar a él jamás. Yo te prometí librarte de las rejas para siempre, pero no he podido hacer nada por evitarte nuevos días de dolor y cautiverio.
Hoy, dulce Leala, hace treinta días que viniste a nosotros. Treinta días cargados de lágrimas y pocas sonrisas. Alguna, al verte iniciar el arranque de una carrerilla (tres veces, tres conatos nada más)… o al sorprender tu un desparpajo innato y gamberrillo para vencer el miedo a los lugares techados, si cerca de la puerta, tentador y estratégico, vislumbrabas ese invento irresisitible llamado sofá. Ese jardín don de yo tanto y tanto he gozado viendo a tus predecesoras revolcarse en la hierba, a la sombrita en verano y en invierno bajo el tibio sol. Ese jardín que yo anhelaba (anhelo) plagado de juegos y escarceos con tu Diva amiga, que noble, inocente y mansa, igual que tú, te brindó amistad moviéndote el rabillo, nada más verte entrar por la puerta.
Hace un mes, querida Leala, que no te he podido dar cuanto te prometí. Sí la lucha, sí la batalla siempre dura (ardua y triste, como todas las batallas). Te ofrecí a la libertad ycaricias, para tu cuerpo y tu alma… seguridad y confort. La fatalidad se ha empeñado en atormentarnos con incertidumbre, pesar, esperanza... para de nuevo retomar la incertidumbre, la esperanza, el pesar...
Hoy, Leala hermosa, te velo desde el sofá. Pendiente de tu respiración. Pendiente de si te mueves. Pendiente de que encuentres mis ojos si, tras sueños de malos hombres y mendrugos remojados, alzas tus ojitos almendrados para encontrarte con los míos. Porque a esta hora, galguita querida, guapa en tre las guapas, luchadora entre las luchadoras, te debates (llevas haciéndolo ya durante demasiado tiempo) entre la vida y la muerte.
No sé qué pasará. Te juro que nunca supe nada y nada sigo sin saber. Sólo que estamos batallando contigo. Muchos, Leala ¿lo crees? Muchos a quienes importas. Y llevamos, en este batallón la bandera de todos los buenos galgos zaheridos, despojados, héroes de ojos inmensos de silencios inmensos… joyas puras de dulzura y pureza.
No sé qué pasará. Pero te juro por San Guinefort que pese al desgarro que nos ha producido ver cómo la enfermedad, día a día te destruye, doy gracias a la Providencia de que te cruzaras conmigo. (Y que el gitano que se empeñaba en llevarte perdiera sus cojones porque no, no te ibas a ir con él). Perdonadme la vulgaridad, pero no está una para rebuscar eufemismos cuando la justicia no se molesta en ser mostrarse mínimamente considerada.
Hoy, tierna Leala, vuelvo a implorarte el ímprobo esfuerzo de que resistir una vez más. Te doy mi palabra de que valdrá la pena. Y porque a la madre higuera le sombran ramas con que ofrecerte su amabilidad. Se queda huérfana para otorgar frescor. Y los arriates anhelan que te camufles de nuevo entre sus hojas secas, para que te camufles en ellos como la más perfecta flor.
Porque sí, Leala, porque tienes vocación de violeta, humilde y delicada, vocación de jazmín, deliciosa y pequeña, o de damita de noche, esa que a estas horas exhala su regalo de intensidad deliciosa.
Pero quiero, Leala, que tu aroma me impregne durante muchos veranos. Que vea cómo te abres en plenitud y cómo hermoseas, madura, serena, perfumando largos veranos más felices que los últimos, más felices que éste…
Yo te ruego, cariño, que no imites a las flores en lo efímero de su fragancia. Hazlo por mí, chiquita, aunque tengas vocación de prodigiosa flor.
De flor dura como un piedra preciosa, porque hay una naturaleza de diamante en lo que llevas aguantado. Sí, eres una joya, sin duda, engarzada en pelillo atigrado y ojos de payasita…
Te piropeo y no me canso, porque eres asombrosamente bella. Tan bella como a simple vista se aprecia, tan bella como proclama tu alma perruna transmitiendo un arsenal de portentosa nobleza. No mereces marcharte de este perro mundo (¿dije perro? ¡ojalá lo fuera!) llevándote a cuestas toda tu alegría, todas tus ganas de jugar. No te vayas sin disfrutar de tantas y tantas cosas… ¡no te vayas, te lo suplico, sin saber que existe la felicidad! Si tu madre galga pudiera verte se le rompería su perro corazón afable ay manso puesto que de ella mamaste toda la bondad que exhalas por tus ojitos inocentes. Esos que hoy, como una puñalada, se me han clavado muy adentro, cuando creí que, a chorros, se te arrancaba la vida.
Mereces agotar días plácidos, a salvo de todo, porque el destino se molestó en guiñarte un ojo cuando yo ya me daba la vuelta. No es justo que apenas llegues a olfatear la vida que se te ofrece cuando puedes saborearla a placer. No mereces más que amor, porque eres buena, buena, buena, buena…
Eres la plasmación de la mansedumbre dulce, de la inteligencia rebosante de generosidad, y le la gracia… esa gracia extraña y misteriosa con que de tarde en tarde, nacen ciertas criaturas irrepetibles.
Así que, Leala de mi corazón… ¡no te rindas! ¡haz ese esfuerzo sobreperruno y que podamos verte menear la cola feliz, brincar de júbilo, hacer travesuras desvergonzadas… que te veamos devorar ricas cosas robadas, y beber, y beber…
Que podamos, por fin, reírnos contigo, con esa risa que los humanos disfrutamos, sencilla y plena, porque todos, desde el primer segundo, te adoramos. Permítenos compartir contigo la existencia, esa existencia amorosa y peculiar que te ofrecemos con el corazón en la mano, ese corazón peculiar y amoroso de las gentes que amamos a los perros.
Sigue, sigue luchando con la asombrosa fuerza que habita en ti. Que yo te doy palabra que tu vida lo merece.
(Porque incluso este mes, tenerte con nosotros ha sido una bendita putada).
Y además, Leala bonita, precioso ángel con apariencia de galguita gentil… además de todo eso, porque yo…
Yo, simplemente, te necesito.